Pandemias, lectura de un fantasma

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Pandemias, lectura de un fantasma

Por José León Slimobich

Entre los fantasmas que asolan al humano, algunos subsisten en el tiempo. Es la maldición que cada hu- mano trae para el otro, cuando un hecho excepcional lo pone en guardia con respecto al prójimo. En este caso, cada cual es portador de esa maldición, la peste, y en cierto modo es culpable de portarla, como si las maldiciones medievales, lo demoníaco, se hicieran presente en el tiempo actual del humano.

Lo muestra un elemento impensado, amenazador en lo colectivo, que actualiza las escrituras diferidas, esos lugares donde la humanidad guarda lo que se repite. Debemos aclarar esto.

Freud lo ubica así: desde el nacimiento y durante mucho tiempo, respecto a otras formas de vida, el sujeto depende del semejante, se aloja en la protección posible de otro o de otros. Al Estado se le reclama cumplir esta función de protección cuando la profecía de la destrucción se hace presente.

El Estado, algunos de ellos, establece el aislamiento y envía a cada cual a no circular en el tiempo y espacio donde el cuerpo habitualmente circulaba y se hacía de satisfacciones e insatisfacciones.

Con el concurso del psicoanálisis, podemos avanzar en la comprensión de aquello que sucede en el sujeto con esta cuestión, con todo el recurso de escrituras, goces y lenguas tanto del sujeto como de la sociedad, pues ambos son homólogos.

Lo que sucede en el sujeto jamás puede dejar de tener anudamiento con lo que transcurre en el campo social. y este a su vez con las escrituras diferidas que se actualizan, apenas una chispa hace actual modos de acción que se creía definitivamente enterrados No puede ser de otro modo con esta pandemia, como lo fue con otras. Veamos desde esto que enunciamos, como vemos este tiempo.

El sujeto, en su encierro, busca protegerse de esas fuerzas misteriosas, hostiles. En parte, esa función la cumple el hogar familiar en la infancia y gran parte de la adolescencia del sujeto, donde éste debe cumplir condiciones que se le plantean y recomiendan, como permanecer en ciertas horas, cumplir con ciertos ritos, realizar determinados actos. Esto se hace más pronunciado en la infancia, un poco menos en la adolescencia.

Entonces, observamos qué al suspender las ondulaciones de tiempo y espacio que el cuerpo obtenía en la relación con el exterior, con otros cuerpos, con otras palabras que las habituales, con otros goces, el sujeto realiza, la vivencia de un tiempo no actual, que ha quedado superado, olvidado o recordado como la elaboración de lo que llamamos el pasado.

Este conjunto se actualiza en el nuevo orden, se aleja del manejo habitual del cuerpo en el tiempo actual. Vivo, percibo, sensaciones y modos de hacer que no reconozco habituales, y las atribuyó a mi actual condición de encierro forzado, sin tomar contacto con aquello que situamos como repetición.

Pues en verdad, repito aquello que sucedió en mi infancia o adolescencia.

Este no es un orden general, sino particular. En cierto modo vemos que cada cual se arregla como puede, pero se especifica según ciertos modos de situarse detectables.

Así, observamos en las psicosis el sosiego, más bien serenidad, que adquieren los psicóticos. Algo en este encierro los calma. Es nuestra hipótesis que comparten lo común, al observar en los “normales» un horror producto del misterio del momento, de lo indecible de la vida futura, de lo extraño de este tiempo en cierto punto comunes en el sentimiento de la vida en las psicosis.

En las neurosis se hacen presentes alegrías y tristezas que caracterizaban estas épocas pasadas de su vida, y que produciendo curiosidad al principio de- vienen, con el pasar de los días, en fastidio y el sentimiento de algo incontrolable que va surgiendo en sus vidas. Y finalmente ubicamos a quienes hacen de esto ocasión de cumplir objetivos que tenían postergados o dar intensidad a realizar actos que retrasaban por cumplir con sus obligaciones y vínculos sociales.

No es nuestra intención, no sería posible, agotar todas las cuestiones que esto abre ni como el plural de los sujetos lo resuelve. Pero si mostrar algo de lo que está en juego. Pues no es muy diferente lo que está sucediendo en la sociedad actual de lo que siempre ha sucedido en la historia de lo humano.

Nos referimos a que desde el comienzo de los tiempos la humanidad ha vivido el exterior como hostil, y a tal punto es así, que no necesitaría tanta protección si no aparece, apenas nacido, una amenaza a su existencia.

Esto acontece con la pandemia: una amenaza exterior e inescrutable, inubicable, pues este factor de peligro a la vida, puede surgir de cualquier lado, en cualquier momento y a causa de cualquier semejante. Así, todo ser humano está expuesto a la desgracia.

En los tiempos del pasado se buscó refugio en los dioses, protegerse en ellos. Y así se les atribuyó a las
divinidades el don de la inmunidad y, por tanto, la eternidad. Esto se actualiza en la divinización de la ciencia y se espera de ella que devuelva la inmunidad que nos permita anular el terror que habita la vida cotidiana.

Y siendo exagerada la comparación, no menos válida, podemos esperar que se descubra aquello que nos salva tal como nuestros antepasados de los tiempos del hielo esperaban el descubrimiento que los protegiera del sufrimiento. Y que los dioses, equivalentes hoy al científico, se lo entregara.

Entre los términos que circulan en la información sobre la pandemia, hay términos que remiten a lo que estamos tratando. Uno es el término «guerra». Cuando se habla de guerra, el enemigo es encarnado, es visible, lleva un elemento distintivo que permite situarlo en un lugar. Por ello este término, utilizado en esta circunstancia promueve varios equívocos.

Ante todo, pues en este contexto de la pandemia, la guerra está utilizada como metáfora de un enfrentamiento a vida o muerte. Pero ésta misma disfraza o al menos oculta cuestiones. Guerra contra el coronavirus, sí, pero se transforma en elección del enemigo. Así subrepticiamente, el enemigo a vencer en esta guerra es el empuje a la producción, la acción del capital, que exige lo que hay poner, a saber, el tiempo de la vida productiva. Entonces, la dialéctica es de hierro. Entrego al capital la vida o promuevo la detención del movimiento productivo, fundamento de la acción de las sociedades que deben garantizar la acción del mercado. En una palabra: o la reproducción del capital o la vida. Y todo se vuelve, entonces, la búsqueda de un acuerdo, de una medida. A su vez, y para complejizar un paso más en lo que está en juego, se demuestra que, si el aparato productivo se detiene de un modo intenso, el mundo restituye una curación del daño ecológico que se le ha causa- do por la ambición desmedida del capital. Dejemos de lado, por cierto, una cierta satisfacción del sis- tema al percibir que la mayor cantidad de muertos por el virus son viejos.

No debemos temer afrontar estos pensamientos, con coraje y sin concesiones. Quien quiera ampliar de un modo más amplio y certero estas cuestiones puede situarlo en el texto de Ricardo Forster: «De lo abstracto y virtual a lo material y concreto: el covid19 y el freno de emergencia de la locomotora del progreso». Basta una frase para ver donde apunta Forster y cito «¿Es el capitalismo lo real de la economía mostrando hoy toda su crudeza y maldad estructural como nunca antes a los ojos de una humanidad desconcertada pero inquieta?”.

O la vida o el capital, el mercado donde deben aglomerarse los consumidores. Esto es algo absolutamente desconcertante. Y esto lo ha realizado un «bichito invisible» esta frase de Forster, describe una imagen más cierta de la peste que la guerra y sus tanques y aviones, metáfora que enmascara la ver- dad del debate.

Lo que es aún más desconcertante que este enemigo sólo puede estar encarnado por un prójimo cerca- no, lo cual promueve una mutación sorprendente: lo más cercano puede transformarse en el portador de la maldición viral. Lo cual lleva a otro elemento, la paranoia. Esta es el primer elemento que surge cuando el sujeto comienza su andadura solitaria, da sus primeros pasos, pues la naturaleza, en su hostilidad, se traslada a toda presencia: ésta puede ser hostil. Y esa hostilidad produce una reacción certera: el otro puede querer mi destrucción.

Así, se encarna en un peligro que surge desde lo más próximo y por ello deviene en paranoia. Alguno puede hacer la pregunta acerca de por qué una lectura psicoanalítica de este asunto y por qué interesaría a cada cual, al caso único, al texto único que es cada vida.

Ante todo, porque, como hemos señalado, no hay lectura alguna de lo individual sin lo contemporáneo, sin aquello que lo rodea y determina.

¿Y qué hacer? Ante todo, no cerrar los ojos frente a este momento social. Por un lado, la regresión, como antes hemos situado. Por otro, para cada uno, la idea de un futuro que no sólo no aparece claro, sino que se sitúa en forma indeterminada, con grandes riesgos e incertidumbre. Esto es motivo de discurso en los jóvenes y la pérdida de los rumbos claros, los niños que crecen a toda prisa, auscultando los males del tiempo futuro, los ancianos, percibiendo que son el deshecho de una sociedad para la que significan gasto, donde no ocupan el lugar de productores ni consumidores.

La psicosis, que nos entrega su comprensión del momento, tan similar a lo que sucede en el psicótico cuando se despierta y encuentra el mundo trastocado y al dueño del sistema un poco enloquecido, paranoico, pues le están robando su ganancia.

Frente a ello, la sublimación, la cuerda del lenguaje y su relámpago iluminador, que no garantiza la luz, pero nos permite navegar en la oscuridad, mantener la vigencia del amor, pues aún no tiene precio.

Es decir, la decisión de enfrentar estos acontecimientos con todo el poder de lo colectivo. Es decir, de aquello que llevó, desde la antigüedad, a compartir el conocimiento y la solidaridad, y así extender la vida. Desde el momento en que los humanos compartieron el fuego.

Letra Hora

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