Las joyas antiguas
Una mirada a la movida de las librerías antiguas de La Habana
El librero Álvaro Castillo reúne en un libro sus anécdotas de 25 años con sus colegas cubanos.
Por Juan Camilo Rincón
Los libros son los dientes y colmillos de Cuba. Con ellos, el país centenario y caribe se traga el olvido.
En su publicación más reciente, el escritor y librero colombiano Álvaro Castillo Granada, que exploradores de rarezas recordarán por San Librario, su tradicional librería de viejo capitalina, traza un nuevo mapa, una nueva manera de recorrer la isla, desde la perspectiva de aquel que se dedica a coleccionar libros y los atesora como testigos de una historia que sigue siendo.
‘Con los libreros en Cuba’ (Isla de Libros, 2019) es una guía que nos lleva por los puntos exactos del pasado y el presente de todo fanático de los libros. De esa Habana que recorre el personaje de Leonardo Padura, Mario Conde, con pedazos de bibliotecas suyas y ajenas al hombro, cazando lo que queda. Porque La Habana también es una ciudad de libros; no es solo “la ciudad de las columnas”, como lo afirmaba Alejo Carpentier.
Porque a Cuba llegan muchos a hallar nostalgias, a perderse en los callejones buscando recuerdos que no les pertenecen y a encontrarse con un pasado que no es suyo, pero que les huele a mar y a una alegre melancolía. Porque muchas de las obras que encendieron la chispa de las independencias nacieron ahí y muchas permanecen, firmes, como las paredes de las casonas viejas sobre el malecón.
En la década de los 60, Cuba abrió sus puertas a tantos escritores latinoamericanos como ideas había, permitiéndoles publicar y, de paso, recorrer sus calles y alimentarse de su cultura. Además de sus letras impresas, muchos dejaron firmas, dedicatorias y recuerdos sembrados en las primeras páginas, que hoy los coleccionistas de todo el mundo van esperando encontrarse.
Castillo, cazador experto, recorre las calles de la isla para contarnos por qué los libreros cubanos son los custodios hacedores de una y mil historias que se rehúsan a desmoronarse en las fachadas y los andenes.
¿Hay alguna ciudad colombiana similar a La Habana en términos de libreros y librerías?
La Habana es un lugar muy especial y particular. Es un espacio único con una dimensión temporal doble en el tiempo: detenido y en una dimensión paralela. Esto hace que los libros (y todo) circulen y vivan de otra manera. En ese sentido hay librerías en Bogotá, Medellín y Cali que comparten, de alguna manera, esta dimensión temporal. Me refiero a las de libros usados, por supuesto. En ellas el tiempo que las habita es uno largo, cargado de presencias y de memorias. En estos espacios la presencia del tiempo se siente de una manera contundente.
¿Cuál es el libro colombiano más curioso o inesperado que se ha encontrado en alguna librería cubana?
He encontrado primeras ediciones de Gabriel García Márquez y de Soledad Acosta de Samper. Libros de Raúl Gómez Jattin, Gerardo Reichel-Dolmatoff, Meira Delmar… Hasta un libro de Luis Carlos Restrepo, ‘El derecho a la ternura’, dedicado por Margarita Rosa de Francisco a alguien. Revistas ‘Espiral’, ‘Eco’… Libros de fotos de Hernán Díaz. Siempre encontrarme con autores o temas colombianos ha sido una alegría.
Además de los libreros formales, usted rinde tributo a los los libreros callejeros?
Los libreros callejeros tienen para mí un encanto particular. El de aquel que, contra viento y marea, decide llevar a cabo su vocación u oficio. Vender libros en la calle es estar a merced de todo, tenerlo todo en contra. Estos desarrollan muchas veces relaciones entrañables con sus clientes. Así me ha pasado muchas veces. Son seres que van más allá de las circunstancias. Además, gracias a ellos, los lectores podemos acceder a libros extraordinarios, por lo baratos o por lo raros. Los libreros callejeros lo que hacen es circular los libros de una manera veloz, expedita.
¿Qué consejo puede darle a un lector para encontrar la joya soñada en Cuba?
El consejo que le doy a cualquier lector y buscador de libros es que no busque nada. El libro destinado se encargará de encontrarlo. Hay que tener claro qué se quiere. El azar concurrente, como decía José Lezama Lima, se encargará del resto. Tener claro un circuito de librerías, por supuesto, facilita las cosas. Mirar, mirar y esperar. Y si desarrolla amistades, estas le ayudarán, por supuesto; le darán las dos manos.