Las joyas antiguas

2.004

Una mirada a la movida de las librerías antiguas de La Habana

El librero Álvaro Castillo reúne en un libro sus anécdotas de 25 años con sus colegas cubanos.

Por Juan Camilo Rincón

Los libros son los dientes y colmillos de Cuba. Con ellos, el país centenario y caribe se traga el olvido.

En su publicación más reciente, el escritor y librero colombiano Álvaro Castillo Granada, que exploradores de rarezas recordarán por San Librario, su tradicional librería de viejo capitalina, traza un nuevo mapa, una nueva manera de recorrer la isla, desde la perspectiva de aquel que se dedica a coleccionar libros y los atesora como testigos de una historia que sigue siendo.

‘Con los libreros en Cuba’ (Isla de Libros, 2019) es una guía que nos lleva por los puntos exactos del pasado y el presente de todo fanático de los libros. De esa Habana que recorre el personaje de Leonardo Padura, Mario Conde, con pedazos de bibliotecas suyas y ajenas al hombro, cazando lo que queda. Porque La Habana también es una ciudad de libros; no es solo “la ciudad de las columnas”, como lo afirmaba Alejo Carpentier.

Porque a Cuba llegan muchos a hallar nostalgias, a perderse en los callejones buscando recuerdos que no les pertenecen y a encontrarse con un pasado que no es suyo, pero que les huele a mar y a una alegre melancolía. Porque muchas de las obras que encendieron la chispa de las independencias nacieron ahí y muchas permanecen, firmes, como las paredes de las casonas viejas sobre el malecón.

En la década de los 60, Cuba abrió sus puertas a tantos escritores latinoamericanos como ideas había, permitiéndoles publicar y, de paso, recorrer sus calles y alimentarse de su cultura. Además de sus letras impresas, muchos dejaron firmas, dedicatorias y recuerdos sembrados en las primeras páginas, que hoy los coleccionistas de todo el mundo van esperando encontrarse.

Castillo, cazador experto, recorre las calles de la isla para contarnos por qué los libreros cubanos son los custodios hacedores de una y mil historias que se rehúsan a desmoronarse en las fachadas y los andenes.

¿Hay alguna ciudad colombiana similar a La Habana en términos de libreros y librerías?

La Habana es un lugar muy especial y particular. Es un espacio único con una dimensión temporal doble en el tiempo: detenido y en una dimensión paralela. Esto hace que los libros (y todo) circulen y vivan de otra manera. En ese sentido hay librerías en Bogotá, Medellín y Cali que comparten, de alguna manera, esta dimensión temporal. Me refiero a las de libros usados, por supuesto. En ellas el tiempo que las habita es uno largo, cargado de presencias y de memorias. En estos espacios la presencia del tiempo se siente de una manera contundente.

¿Cuál es el libro colombiano más curioso o inesperado que se ha encontrado en alguna librería cubana?

He encontrado primeras ediciones de Gabriel García Márquez y de Soledad Acosta de Samper. Libros de Raúl Gómez Jattin, Gerardo Reichel-Dolmatoff, Meira Delmar… Hasta un libro de Luis Carlos Restrepo, ‘El derecho a la ternura’, dedicado por Margarita Rosa de Francisco a alguien. Revistas ‘Espiral’, ‘Eco’… Libros de fotos de Hernán Díaz. Siempre encontrarme con autores o temas colombianos ha sido una alegría.

Además de los libreros formales, usted rinde tributo a los los libreros callejeros?

Los libreros callejeros tienen para mí un encanto particular. El de aquel que, contra viento y marea, decide llevar a cabo su vocación u oficio. Vender libros en la calle es estar a merced de todo, tenerlo todo en contra. Estos desarrollan muchas veces relaciones entrañables con sus clientes. Así me ha pasado muchas veces. Son seres que van más allá de las circunstancias. Además, gracias a ellos, los lectores podemos acceder a libros extraordinarios, por lo baratos o por lo raros. Los libreros callejeros lo que hacen es circular los libros de una manera veloz, expedita.

¿Qué consejo puede darle a un lector para encontrar la joya soñada en Cuba?

El consejo que le doy a cualquier lector y buscador de libros es que no busque nada. El libro destinado se encargará de encontrarlo. Hay que tener claro qué se quiere. El azar concurrente, como decía José Lezama Lima, se encargará del resto. Tener claro un circuito de librerías, por supuesto, facilita las cosas. Mirar, mirar y esperar. Y si desarrolla amistades, estas le ayudarán, por supuesto; le darán las dos manos.

Álvaro Castillo

El libro de Castillo es editado por Isla de Libros

Foto:

Archivo particular

¿Qué tiene Cuba que la hace una mina de oro para los bibliófilos?

Cuba tiene la virtud paradójica de estar aparentemente fuera del tiempo y de ser una realidad paralela, como lo afirma Carolina Robledo. Esto hace que ciertos libros circulen y otros no, que se regeneren constantemente, además del hecho indudable que por la isla pasaron y pasan todos los grandes intelectuales y escritores del siglo XX. Escritores como Gabriel García Márquez, Mario Benedetti, Julio Cortázar o Roque Dalton (por citar solo algunos) anduvieron por sus calles como cualquier vecino. Todo esto sin borrar, por supuesto, el hecho de que la crisis económica, a raíz de la caída del campo socialista, obligó a muchas personas a salir, lamentablemente, de sus libros. Estos hechos hacen que en Cuba sea posible, aún hoy, encontrarse con cualquier cosa.

¿Qué historias cuentan los libreros y las librerías de esa isla?

Las historias que cuentan los libreros y las librerías en Cuba son las de una isla que fue, como la llamó Félix de Arrate, la “llave de entrada de las Américas”. También la historia, las pequeñas historias, de un proyecto social que cambió para siempre la historia de ese país y de sus gentes: la Revolución cubana. Y la historia de personas para las cuales la cultura y las lecturas hacen parte de la vida cotidiana; son el pan de cada día, lo más natural. Tal y como lo podemos ver, por ejemplo, en el corto de Eduardo del Llano, ‘Utopía’.

¿Cree que los libros, las bibliotecas y los libreros son, a su manera, la radiografía de un país?

Las bibliotecas y las librerías, a mi modo de ver, cumplen la misión de preservar y visibilizar aquello que los seres humanos escriben y leen. Son, por llamarlo de alguna manera, los resguardos, los hogares del conocimiento. En ellas podemos ver lo que se preserva y lo que falta. Podemos medir y sentir el pulso del tiempo. Las bibliotecas son fundamentales para la permanencia de la memoria, para evitar su dispersión y desaparición. Me encanta visitar bibliotecas y librerías. No por el edificio, claro, sino por lo que guardan. Ese es el gozo.

¿Cree que el librero es un personaje que va a desaparecer algún día?

Yo no creo que los libreros vayan a desaparecer. Somos personajes en vías de extinción, es cierto, pero ahí estamos. Nada, ninguna plataforma o algoritmo puede reemplazar la relación entre dos personas que se encuentran gracias a la lectura. El librero es una de las piezas del engranaje de la vida de un libro: lo lleva, lo entrega a los lectores; lo da como quien extiende la mano. Uno no suelta la mano de los lectores. Los lectores, cuando encuentran a su librero, tampoco. Los libreros somos como el dinosaurio de Augusto Monterroso: estamos ahí.

¿Cuáles son los recuerdos más entrañables que tiene de los libreros cubanos?

Con los libreros cubanos, es por sobre todas las cosas una memoria de la amistad y del afecto; un acto de respeto por estas personas que me he cruzado en las librerías de este país y que me han dado su mano o su amistad al entregarme un libro. Recuerdos entrañables tengo muchos, muchísimos. Tengo habitada mi memoria por ellos. Sí escojo uno solo, sería este:

Era mi segundo viaje a Cuba. Ya no me quedaba dinero. Fui a la Plaza de Armas a despedirme de algunos amigos y dar una vuelta. En un puesto, en el piso, vi un libro extraordinario: ‘Refranes de negros viejos’, de Lydia Cabrera. Primera y única edición. 300 ejemplares. Dedicado a Enrique Labrador Ruiz. Pregunté el valor. Diez dólares. Lo dejé en su lugar.

El librero me preguntó: ¿Te parece muy caro?
No, le dije. No tengo dinero.
Llévatelo y me lo pagas cuando vuelvas.
Yo me voy mañana y no sé cuándo voy a volver.
Tú vas a volver…
Y a los 9 meses regresé y se lo pagué.

Desde entonces somos amigos con él, Carlos Orallo Boscá. Una amistad más allá de todo, que empezó por los libros. Estos gestos de confianza, de fe, hacen que estos libreros, este país, sean entrañables. Norma Fentés Lugo, librera de 80 años, me dijo una vez:

No nos sueltes la mano que nosotros no soltamos la tuya. Así lo es y lo siento allá. Con ellos. Con los libreros cubanos. Quisiera que mi libro fuera una invitación, un mapa, una cartografía para el encuentro entre los lectores y ellos. Una manera de reconocerse. Y de darse la mano.

¿Cómo reconoce usted a un “verdadero” librero?

Para mí un verdadero librero es aquel que hace de su oficio un destino. Aquel que concibe su trabajo como una misión. Esto no lo hace ni mejor ni peor, por supuesto. Este es el tipo de libreros con el cual a mí me gusta y sueño con encontrarme. Libreros para los cuales su oficio es tan natural como respirar o besar. Cuando nos encontramos con alguno así lo convertimos en nuestro librero. Y es también, a partir de ese instante, en que merecemos el título de librero. Este oficio es uno en el que nos graduamos, por decirlo de alguna manera, gracias al otro, a nuestra relación con el otro. No me he encontrado a muchos de estos en mi vida pero, a los que me he cruzado, no puedo olvidarlos.

¿Cuál es el elemento común de los libreros cubanos?

Es, por sobre todas las cosas, el sentirse y saberse cubanos. Esta condición particular los dota de gracia y encanto. Parece que no es algo importante, pero lo es: el sentirse orgullosos de lo que son los hace brindar un servicio más directo, más franco, más entrañable. Los hace acercarse a los lectores con una altivez que hace que entre los dos se establezca un vínculo de igualdad y curiosidad. Otro elemento común, para mí, ha sido en estos veinticinco años largos de experiencia, allá y con ellos, la generosidad y la gracia. Esto hace que, la mayoría de las veces, se conviertan en personajes inolvidables. Esta es la máxima recompensa a que debe aspirar un librero: a fundirse con el libro en la memoria del lector.

El Tiempo

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